El optimismo hoy es una obligación ética, dice D. Javier Urra en el libro "Optimismo para Torpes" de Carlos Hernández. En otro de sus libros, dice D. Javier, que "la esperanza es una obligación ética" (concretamente en "Qué se le puede pedir a la vida"). Es por ello que, tanto la esperanza como el optimismo, deben formar parte de una realidad tan necesaria como ética, llamada voluntariado, cuyo decálogo optimista puede ser este:
- El voluntariado optimista trabaja con las fortalezas de la persona, grupo o comunidad a la que ayuda. Reconociendo las debilidades y problemas (propios y ajenos), con un sentido de realidad y de forma inteligente plantea una reconstrucción del ser humano desde la promoción y el abono de las fortalezas más que la corrección o el control de las debilidades.
- El voluntariado optimista comparte su optimismo y lo comunica, sale a la calle y se lo cuenta a todo el mundo, lo transmite en las redes sociales y en los medios, habla de sus logros y sus anhelos de un mundo mejor, no se enreda en la trampa del discurso mayoritario que se nos impone para silenciar las esperanzas y utopías del mundo.
- El voluntariado optimista camina hacia un horizonte de utopía y transformación social, de mejora del planeta y las condiciones de vida, de humanización, solidaridad y justicia, y esa meta utópica se convierte, no tanto en un destino inalcanzable cuanto en una brújula y un camino día a día que tiene sentido por sí mismo.
- El voluntariado optimista no habla de fracasos ni errores, sino de aprendizajes, por tanto, cuando algo no ha funcionado ya sabe qué es lo que no hay que hacer, y eso ya es un avance importante en el proyecto.
- El voluntariado optimista es flexible, se adapta cada día a lo que hay y sabe cambiar a tiempo su mapa mental o sus esquemas si ve que no son los más adecuados para su programa o tarea de ayuda. Esta capacidad de flexibilidad o resiliencia es, en realidad, una de sus mayores fortalezas.
- El voluntariado optimista aprende de sus éxitos más que de sus fracasos o errores, sabe que su mayor fuente de optimismo y aprendizaje está en sus "buenas prácticas" y en las de los otros voluntarios/as, y por eso se enfoca más en lo que funciona que en lo que no funciona.
- El voluntariado optimista no pierde la sonrisa ni el buen humor, porque sabe que ahí florece lo mejor de las personas, que somos mejores personas y más hábiles en todos los sentidos cuando tenemos buen humor y un ambiente positivo. Ante las situaciones adversas evoca el espíritu de "La Vida es Bella".
- El voluntariado optimista es creativo e innovador, sabe reinventarse cada día y busca nuevos caminos y rutas mentales y sociales para construir la solidaridad, no se queda anclado en rastrillos y campañas, o en los procesos y caminos de siempre.
- El voluntariado optimista tiene una caja de herramientas positivas con palabras para bendecir (= decir bien), con pinturas para colorear la vida y con dos grandes orejas para abrazar los sentimientos del otro y liberar sus enemigos interiores.
- El voluntariado optimista es contagioso y va provocando que pasen cosas positivas en el mundo, aunque no salgan en los periódicos, por eso invita a otros a que lo sean y lo sientan, porque sabe que cuando se siente se queda a vivir dentro de nosotros y se convierte en nuestro mejor aliado contra los agoreros de la tristeza vital y el fin de las esperanzas.