Todos sabemos que el lugar
natural del pajarillo no es una jaula, sino la naturaleza, su propio
ecosistema. Todos sabemos que un pajarillo está hecho para volar, para
relacionarse con su entorno, emocionarnos con su canto o su bello plumaje, su
forma de volar, aparearse y continuar su vida a través de otros, manteniendo su
especie. Con el corazón, que simboliza a nuestros sentimientos y emociones,
pasa un poco lo mismo: están hechos para volar, para ser expresados, para
relacionarnos con el mundo, para emocionar a otros.
El pájaro domesticado, renuncia a volar, renuncia a su función natural
por vivir dentro de una jaula que le cobija y proporciona la comida que necesita. Pero
pronto varias de sus funciones se atrofian y pierden su sentido, y al final no
cumple el fin o misión para la que estaba creado.
El corazón domesticado también se acomoda en un refugio del yo, en una
jaula o círculo cerrado que le procura cierta estabilidad y supervivencia a
la persona, pero que atrofia en ésta la capacidad de amar realmente, de ser
feliz y hacer felices a otros. La jaula del corazón domesticado está hecha en
realidad a base de miedos y temores varios: el miedo a sentir, el miedo a
contar cómo nos sentimos, el miedo a vincularnos afectivamente con el mundo y
con los otros, el miedo al niño interior, el miedo a parecer vulnerables… Todos
son miedos irracionales, creencias irracionales que nuestra educación y nuestro
entorno nos ha inoculado.
Veamos entonces cuáles son esas variables o dimensiones
del síndrome del corazón domesticado, para luego extraer de ellas
algunos indicadores que nos permitirán hacer una herramienta de prospección y
autoconocimiento tipo test. Se observará que en todas ellas aparece una emoción
primaria muy habitual: el miedo. En realidad, domesticamos el corazón para huir
de muchos temores en lugar de afrontarlos. Pero el precio que se paga por esa
“aparente seguridad” es muy caro, como veremos.
Temor a sentir y emocionarse en general. Hay personas que prefieren controlar su expresividad emocional, y
sus estados emocionales en general, porque temen ser juzgados por los demás,
bien como personas frívolas o bien como personas descontroladas. En otros
casos, se reprimen y controlan en exceso las emociones por cuestiones
religiosas o culturales. También, en determinados entornos muy serios,
solemnes, o prescritos socialmente, se genera mucha rigidez expresiva y falta
de naturalidad emocional, así como miedo a sentir “vergüenza” social por
expresar o no controlar una emoción que pueda considerarse inadecuada. La
consecuencia de todo ello es una expresión pobre, sofisticada y falsa de las
emociones, cuyo fin no es otro que buscar la aprobación social, u otros
objetivos más allá de los puramente biológicos.
Dificultad para expresar los propios sentimientos y emociones. La falta de socialización emocional, se traduce muchas veces en
dificultad para expresar ante los demás cómo nos sentimos, de comunicar
nuestros sentimientos a otros. Esta es precisamente una de las funciones
básicas del sistema emocional humano: poder comunicar y expresar nuestras
emociones para descargar energía psíquica, es una necesidad humana básica. Otra
cosa, es que esa comunicación sea adecuada o inadecuada socialmente hablando.
La educación emocional nos proporciona herramientas para hacerlo de forma
adecuada y respetando siempre al otro.
Dificultad para sentir y experimentar las emociones de otros. Es la falta de empatía, que tiene su origen, en primer lugar, en una
deficitaria identificación de las emociones en el otro (y en uno mismo), y por
esa razón muchas veces no empatizamos. En otros casos, determinadas creencias,
prejuicios y marcos rígidos de pensamiento, no permiten a nuestro corazón
sentir con el otro, ya que la mente sofoca cualquier intento de “sublevación
emocional”. Hay también una empatía situacional, es decir, personas que son
empáticas sólo en un tipo de situaciones o con un tipo de personas, y no en
otras. Esto depende de nuestra socialización y simpatía o antipatía por
determinadas personas. Pero, en todo caso, la empatía que nos interesa
desarrollar es la “disposicional”, es decir, la empatía como disposición
permanente en la persona.
Miedo a involucrarse o relacionarse emocionalmente con el mundo. Otra de las funciones de las emociones es la de vincularnos con el
mundo, con los objetos del mundo, con otras personas. Con frecuencia
experimentamos que nos quedamos anclados a determinados lugares, personas, o
cosas. Pues bien, precisamente por el dolor o tristeza de la posible pérdida de
esas cosas o personas, o bien por el compromiso que supone quedarse anclado
emocionalmente, hay personas que prefieren no crear vínculos emocionales. La consecuencia de esa falta de vínculo emocional con el mundo es también falta de atención y aprendizaje de ese mundo, habida cuenta de la probada relación que existe entre emoción, atención, motivación y aprendizaje.
Temor a soñar y a ser libre dejando hablar al corazón. El corazón es más sincero que la cabeza, las emociones hablan en
realidad de lo que nos gustaría ser o hacer, y de lo que no, de lo que nos hace
felices y de lo que no nos hace felices. Es duro descubrirnos de repente en el
lugar en que no queríamos estar: rápidamente acallamos a ese corazón que desea
volar, y razonamos que “en la jaula no se está del todo mal con todas las
necesidades básicas cubiertas”. Otras veces este temor viene determinado desde
fuera, por la presión social, las costumbres socio-culturales, o cierta
moralidad rígida y condenatoria todavía vigente en algunas tradiciones.
Enaltecimiento del yo adulto y racional desplazando al yo niño. El análisis transaccional de Eric Berne ha puesto de relieve esta
interesante metáfora de los tres YO interiores: el yo padre de los principios, el yo adulto de las razones y el yo niño de las emociones. Más allá de las transacciones de nuestros
tres YO en procesos comunicativos YO-TU, me parece más interesante el análisis
que hace Berne de los conflictos internos que tenemos entre los tres YO. En
concreto el conflicto que consiste en la “eliminación” de uno de los tres YO
por asociación de los otros dos. Es más común de lo que parece, que en muchos
adultos se asocien el YO PADRE con el YO ADULTO para callar o desplazar al YO
NIÑO, y con ello quedan fuera de la persona todo su mundo emocional y creativo.
Se convierte entonces en un adulto gris de razones y principios, que tiene en
su casa un corazón domesticado y enjaulado, pero al que incluso no cuida ni
alimenta.
El Corazón Domesticado es una metáfora útil para explorar las creencias
limitantes relacionadas con nuestro mundo emocional interior.
La metáfora nos permite darnos cuenta hasta qué punto está domesticado
nuestro corazón, es decir, que nos hemos acomodado a tenerlo en una
jaula como un pajarillo, porque es más práctico o porque tiene el
alimento (artificial) necesario, pero en realidad nuestros sentimientos
no pueden volar con libertad ni cumplir su misión esencial. Hay en
realidad ciertos temores a sentir y expresar de verdad lo que sentimos a
otros.
A partir de 6 dimensiones claves, que analizo y explico a fondo en el
dossier, desarrollo 18 indicadores en un test previo para cada
participante, que le dará la medida de su grado de "domesticación
emocional". Desde este descubrimiento de sus creencias limitantes, le
ayudaremos a enseñar a volar a sus sentimientos, poco a poco, ya que
algunos pueden llevar años en la jaula y habrán atrofiado sus alas.
La dinámica también propone algunos ejercicios creativos a partir de la
metáfora del Corazón Domesticado, para seguir explorando y reflexionando
el tema con los participantes.
Esta herramienta de coaching emocional puede adquirirse desde el Catálogo de Dinámicas de Grupo Cocinando Aprendizajes.